viernes, diciembre 15, 2006

La comida de Navidad de la empresa.



Existen muchos estereotipos sobre las comidas navideñas que las empresas organizan estos días. Pero cada caso es diferente según me dicta mi experiencia que es larga y variopinta en la materia.

Podemos observar, en primer lugar, a los jefazos de los que yo llamo de la "antigua escuela", de raza, de clase y familia de rancio abolengo empresarial que se plantean el trámite como un alterne con la chusma de los bajos fondos: sus empleados. Como si invitaran a un restaurante a un grupillo de desheredados que (sabiendo lo que se les paga) por su cuenta no se lo iban a poder permitir nunca. Como una obra casi benéfica, donde se le pregunta a un invitado: -¿Está bueno el bogavante?- -¿Ya lo habías probado antes?, para luego arreglarlo condescendientemente diciendo algo parecido a: -No, oye, que a mi las sopas de ajo en esta época también las considero un manjar pero, claro, en casa de eso no tenemos costumbre...-

Y luego vemos a los que consideran al encuentro como un lance de confraternización donde, además, se presenta una oportunidad para ver limados los roces, malentendidos, pequeñas enemistades y demás malos rollos propios de la relación diaria entre personas que comparten una oficina o un taller y que ,sentados en una mesa de forma civilizada y con un punto etílico justo pero euforizante, acaben proclamando aquello de que todo el mundo es bueno y que, algunas veces, lo que a uno le pierde es un pronto malísimo que tiene y que aquel de más allá, al que le iban a abrir la cabeza con la grapadora la semana pasada (por trepa y chivato) ,es en el fondo una persona adorable y llena de buenas cualidades.

Una forma ostentosa de mostar que estás disgustado con la empresa es manifestar tu intención de no acudir a la comida de Navidad. Yo mismo he hecho tal intento en un par ocasiones y los efectos suelen ser desvastadores. Cuando eso ocurre, a veces, puede provocar una seria reacción en cadena de más ausencias o...lo apetecido por el provocador, que es que algún jefe le llame, que le pregunte qué coño le pasa y que se lo solucione agobiado por el entuerto a la convivencia que se ve venir, tan particularmente molesto precisamente en estas fechas en que uno lo que quiere es tener los menos líos posibles (lo cual incluso puede llegar justificar un pequeño desembolso).

De las historías del etilismo y desinhibición que se producen en la fiesta la leyenda es infinita: El sórdido y al que todos creían medio mudo contable, pasadísimo de copas, elogiando publicamente las tetas de la de recepción, la cincuentona a la que le entra la llorera de que está en ascuas de sexo desde los restos y que se quiere trajinar al nuevo que es veinte años menor y que va loco quitándose manos de la entrepierna, o al platónico que, con la segunda botella a cuestas, confiesa que ha estado enamorado de siempre de aquella otra y, como ellla es una mujer casada, su vida es un pozo de desesperanza y turbación (para luego llorar)...

Todo eso y más....

Pero luego, pasados esos días de fiesta, de vuelta, todo lo que acontece en esas comidas queda como una licencia carnavalesca, como la jornada en la que lo que haces o dices nunca contará para tu expediente, ni para tu posición, ni para la consideración que te profesen en tu trabajo. Es como un pacto de vergüenzas escondidas: Hoy por tí, mañana por mi...

Y así hasta la del año próximo, que habrá más de lo mismo....

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