EL CAMISON ROSA
Empezó a usar el corto camisón rosa a todas horas. Para cocinar y para ver la televisión, para hablar por teléfono y para dormir. El mismo breve trozo de tela era todo su atavio durante los largos días y las cortas noches de aquella primavera.
Le hice observar su reiteración de indumentaria pero se molestó conmigo y fue entonces cuando empezó a fumar con aquella larga boquilla de marfil que había comprado en los anticuarios de la feria. Otro día por primera vez se pintó los labios de rojo encendido, se cubrió las mejillas con coloretes y se tiño el pelo de tonos encendidos de cabaretera antigua.
Por las noches si hablaba entre sueños me llamaba Johny, reía a carcajadas y me pedía que la invitara a otra copa y que no pararan la música. Más tarde empezó a sentirse mal por las mañanas jurando que tenía resaca e insistiendo en que hasta bien caida la tarde no se le hablara ni se la molestara de ninguna de las maneras.
Ahora me ha enviado a comprarle un foulard de plumas. Recorriendo la ciudad durante horas me he dado cuenta que no hay de esos en venta en ninguna tienda de modas y que, como mucho, se podría encargar uno a otra ciudad para tenerlo por Navidades.
Sentado en este banco llevo horas viendo pasar a la gente, pero solo me fijo en las señoras, en las de una edad, aún con la secreta esperanza de ver alguna que lleve plumas como adorno y que ofreciéndole todo mi dinero a cambio acceda a vendérmelas.
Bin
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