lunes, septiembre 25, 2006

La cuestión es no ponerse nerviosa...eso nunca.




Le encantaba salir de casa las tardes de lluvia y pasear por su pequeña ciudad.

Llevaba viviendo en aquel lugar desde hacía ya dos años y le gustaban su sencillez, sus casas bajas y su tranquilidad. La geografía de la villa era muy sencilla, una calle larga, que cambiaba una vez de nombre llamándose Avenida del Norte y Avenida del Sur, la cruzaba de principio a final, y paralela a ella pero a veinte metros de profundidad estaba la vía del tren, a tramos soterrada, a tramos a la luz del sol.

Ella vivía justo al lado del principio de la Avenida del Norte y esa tarde quiso acercarse en una deambular perezoso hasta la oficina de correos que estaba en la Avenida del Sur, para comprar unas cajitas de cartón decoradas que solamente podía encontrar allí, y que quería emplear para empaquetar unos regalos que tenía aplazados siempre de enviar a unos amigos repartidos por lugares alejados.

En la oficina postal compró cinco cajas diferentes. Le parecieron caras. –“En algunos casos, entre la caja y el franqueo sumarán un valor en dinero mayor que el propio contenido…” pensó mientras abría el paraguas en la calle y dándose cuenta de que llegaba el otoño y que iba anocheciendo cada día más pronto. Estuvo mirando algunos comercios que no conocía y que estaban, en algunos casos, justo al lado de otros que le resultaban muy familiares y en los que estaba completamente segura que se había comprado cosas.

-Esta zapatería no la he visto en mi vida, y mira que llega a ser grande. No me compro ningún zapato porque en esa época del año todo va a dejar de valerme en veinte días o igual no me vale hasta dentro de tres meses, así que cuando cambie el tiempo en serio ya volveré.

Volviendo para casa encontró también un supermercado que creía conocer pero de otro pueblo, un parquecillo que le sonaba enormemente de los veraneos de su niñez, una heladería rarísima dónde oyendo a lo lejos le parecía que todos se hablaban en voz alta y en italiano y una especie de árbol que concluyó no haber visto nunca antes en toda su vida.

De repente notó que los pies le dolían y mirando el reloj se dió cuenta que llevaba caminando el doble del tiempo del necesario para haber llegado ya a su casa y que, sin embargo, estaba en un jardín sentada al lado de unos niños que jugaban con canicas, pero sin la remota noción de cómo regresar.

-El pueblo es pequeño, caminaré cinco minutos más y llegaré a algún lugar que me sea familiar y en un momento me plantaré en casa. La cuestión es no ponerse nerviosa.

Cuando vió que se había pasado otra media hora más caminando y estaba a punto de ponerse a llorar como una niña vió la sucursal del banco donde iba a poner y sacar dinero. De ahí a casa se sabía el camino.

Llegó cansada y mojada y, naturalmente, alguna explicación tuvo que dar a Job, que había empezado a preocuparse por ella. El como siempre –ella ya lo sabía- le iba a soltar la cariñosa pero insistente filpíca sobre la avenida del norte, la del sur, la de la línea recta. Lo propio de esos casos.

-¡Como si al ir caminando por la calle tuvieras que ir obsesionada como un guardia urbano por las señalizaciones, en lugar de ir tranquilamente pensando en tus cosas!
Se metió en el baño para entrar en calor con una ducha caliente y al salir se sintió, por fin relajada.

-¡ Cuánto stress que lleva la gente ¡. ¡ Al final te lo contagia ¡

Encendió un cigarrillo de los suyos y, viendo la hora, recordó que tenía que llamar a su hermana. Desde que estaban lejos no podían dejar de hablar con ella, al menos, una vez al día, ya que siempre habían estado muy unidas.
Descolgó el aurícular pero oyó que estaba ocupada la línea. Iba a colgar para dejar a Job que acabará de hablar, pero la voz que le llegaba le resultaba familiar, y la curiosidad la llevó a continuar escuchando:

-…”es preocupante pero nada definitivo -mire usted- si de momento toda esa confusión le esta sucediendo solamente con los lugares o con los objetos, la fase de la patología aún no es irreversible…el problema real lo vamos a empezar a tener cuando todo eso suceda con las personas, y me temo que si no la convence usted de que fumarse quince porros al día, por mucho que la relaje y que haya leido por ahí que es inofensivo para su salud, francamente –amigo mío- estamos en un problema, y ahí los médicos poco podemos hacer sinó aconsejar…”.

Asustada por lo que estaba oyendo, colgó el auricular y apagó nerviosamente el cigarrillo aplastándolo de una forma nada propia de sus suaves maneras cotidianas….

-Será cuestión de pasarse a las infusiones –pensó fugazmente y luego empezó a especular acerca de qué habría para cenar porque lo que realmente la preocupaba entonces era que se estaba muriendo de hambre, por culpa del trote brutal que llevaba en el cuerpo. -La cuestión es no ponerse nerviosa, eso nunca...

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