¡ Woop !
Pues sí, te he abandonado tal como has pensado cuando, al llegar a casa, has visto el relativo desorden que he provocado al llevarme mis cosas. No te preocupes, no falta nada tuyo, ni nada de propiedad compartida que tenga algún valor económico. Me he llevado cuatro libros, algún CD, alguna película y algunas fotos de los álbumes, además de mi disco duro y los preservativos especiales para mi alérgia. No lo esperabas, lo sé. De mi nunca has esperado ninguna iniciativa tomando decisiones importantes. Siempre hemos hecho lo que tú has querido y nunca has pensado que yo solo te seguía la corriente, sin estar de acuerdo, pensando que no valía la pena el esfuerzo de llevarte la contraria, que era mejor callar, aguantar y dedicarme a mis cosas, a mi trabajo y a mis partidas de poker de los viernes con los amigos de siempre, de antes de haberte conocido.
Hace algo más de un mes decidiste que íbamos a dejar de fumar los dos. Sí, tú y yo. Como otras veces un vaivén de tu pensamiento había vuelto a fagocitar mi voluntad y mi deseo. Seguramente meditaste, lo harías por iniciativa propia o inducida por alguna de tus amigas de la oficina, del gimnasio o de internet, otras que probablemente deben convivir también con parejas que conjugan la voz pasiva de la paciencia y la indiferencia. Cuando te dije que lo había de pensar con un poco de calma y que era todo demasiado súbito para mí fue cuando me acotaste solamente la habitación de planchar para que fumara. Ya no podía ni en el salón, ni en mi estudio, ni en el dormitorio, ni siquiera en el baño, sabiendo como sabes que, para mí, un cigarrillo por las mañanas es el equivalente a una dieta cargada de fibra y salvado para esas labores.
Desterrado con la ropa limpia y por doblar para fumar... sin exceso, no fueran a coger olor tus prendas íntimas. No se si te quería. Hacía unos meses que me estaba acostando con una muchacha muy joven, una becaria de ultimo año de carrera que hacía prácticas conmigo en la empresa, se llama Laura, y ahora cuando leas esto ya estaré instalado en su casa, me he ido a vivir con ella.
Todas los acontecimientos, las decisiones son un proceso de maduración pero ocurren en un momento preciso.
El ser más paciente, resiste, calla y sufre en silencio y abnegado a veces de por vida, salvo que un día se aburra de aburrirse y haga un movimiento subliminal.
Por las fiestas cuando fuiste a ver a tu madre yo estaba en la cama con Laura, en nuestra cama. Ella la deja hecha otra vez imitando esa doblez extraña que tu siempre haces con los ángulos de las sábanas. Habíamos hecho el amor durante más de una hora, yo intentaba disimular lo exhausto que estaba. Al final la había rendido y cuando se giró hacía su mesita de noche (la tuya habitual) para coger sus gafas y ponérselas, me dijo…
-¡Woop¡
Me sonrió y metiéndome mano en la entrepierna exhausta me dijo bromeando que no estaba mal para mi edad, pero fue entonces cuando en otro movimiento, mirando yo sus pechos erguidos y poco iluminados, vi que colocaba un cenicero encima de las sábanas entre los dos, encendía dos cigarrillos y me pasaba uno de ellos. Mientras fumaba imaginaba, como si lo viviera, lo que hubiera supuesto la misma escena contigo. Me asusté y al apagar el cigarrillo mirando a Laura le pregunté:
-¿Tú querrías vivir conmigo para siempre?
Me contestó solamente con un “vale”, pero con las vocales muy alargadas y una sonrisa joven e inocente de satisfacción sincera. Supongo que ahora contarás a todas tus amigas, para las que aparentas con todos tus actos, que me he fugado con una menor, o que te maltrataba o que he tenido alguna crisis de menopausia masculina. ¿Por qué no les dices la verdad? Que me fui a por tabaco. El cartón de cigarrillos de los que tu fumabas y que me dijiste que tirara o lo regalara está en la caja de las herramientas, junto a las brocas del taladro, haz con él lo que te parezca, es tu decisión.
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